Friday, February 10, 2012

Nada, sólo vacío


Mi respiración se entrecortó. Un desagradable cosquilleo recorrió mi espalda, que apenas intentó incorporarse en un gesto torpe como para afianzarse en la silla. Solté la hamburguesa mordida a la mitad.

El celular seguía sonando y esos pocos segundos fueron como un suspenso eterno, despiadado. En la pantalla estaba el nombre de Rosanna y yo no necesitaba responder para saber cuáles serían sus palabras.

Atendí e intenté simular una voz calmada. Su tono era tal cual lo había escuchado ya en mis sueños. Apenas como pude me paré de la silla y fui hasta la pared roja al pie de la escalera. Respiré y dejé que hablara.

“Sólo te llamaba para decirte que ya ocurrió”, recuerdo con intensa rabia esa frase. De pronto en un parpadeo mis ojos se humedecieron, pregunté detalles: a qué hora? Cómo había sido? Recuerdo que tenía especial interés por cerciorarme que hubiese estado en paz en ese instante.

Me dijo que sí, me contó que fue junto a su madre y con mucha tranquilidad. En ese momento pensé que valió la pena el sacrificio de la distancia por el amor de una madre. Luego palabras y resignaciones que no recuerdo con claridad. Cerré la llamada y volví a la mesa.

Mi madre me miró y de inmediato se alarmó al ver mi cara. “Ya falleció”, apenas pude decir.

Ella se quebró momentáneamente y yo le seguí. Luego me dijo que estuviera tranquilo. Yo simplemente no podía reaccionar más, no había hambre, ni dolor, ni nada, sólo vacío.

Me quedé ahí mirando hacia fuera en el centro comercial.

Paso a paso

“Lo importante ahora es que te mejores”, le dijo al apretarle en un abrazo que se convirtió de inmediato en un llanto que había estado contenido por demasiado tiempo y ahora se liberaba en un aeropuerto lleno de extraños, bienvenidas y despedidas.

Ese breve instante de lágrimas en medio del silencio de palabras dejó claro como un pacto que aquella era la última vez que se verían, que se abrazaban, que se decían “te amo” mirándose a los ojos.

 Era casi una frustración aquel momento para él, al no saber si realmente le estaba entendiendo, si sus palabras llegaban en verdad a algún espacio de aquella deteriorada memoria de la que paso a paso se fugaban los últimos cinco años.

Unas pocas palabras más de afecto, una promesa que luchaba por no ahogarse entre el incesante mar de lágrimas. “Nos vemos”, fue un decir.

Después, la separación. Caminó dentro del servicio de inmigración en ese serpenteo de cintas que llegan hasta la pantalla que anuncia el próximo por atender, por marcharse.

De ahí, varios saludos y una sonrisa que apenas se asomaba, luego a los detectores y al final, por última vez, levantó su mano para sellar la despedida.

Se dio media vuelta y se marchó definitivamente.